Archivos roleros (I): Dos horas y media de niebla

Cuentan los viejos del lugar que las nieblas de Ravenloft son un lugar donde orientarse es prácticamente imposible. Tus ojos se llenan del vapor blanco y apenas puedes ver tus propias manos, la niebla se te mete por los orificios nasales y llega hasta tu cerebro dominándolo y controlando tu voluntad según los dictados de los Señores de la Tierra.


Algo así aconteció a unos pobres aventureros (hay quién les llamaría héroes pero sus actos no tuvieron que ver en nada con la heroicidad sino más bien con la supervivencia) que se encontraron cruzando el neblinoso páramo hacia el Dominio del Terror sin saberlo.
El grupo estaba formado por un paladín, un ladronzuelo, una clérigo, y un mago y sin comerlo ni beberlo se encontraron dentro de un banco de niebla en el que no podían apenas visualizar el camino ni escuchaban más que su propia respiración. El paladín, firme en su voluntad de cumplir con su cometido de llevar el bien a todas partes, decidió que era el más adecuado para ayudar a sus compañeros a salir de aquella prisión de niebla en la que se encontraban y, cerrando los ojos y rezando a su dios, se dejó guiar por la voz que en su mente le decía "galopa sin miedo, ellos están ahí y les salvarás".
Por su parte, el mago iba avanzando moviendo su báculo de lado a lado como lo haría un ciego e intentaba iluminar sin demasiado éxito los alrededores de su posición mientras le parecía escuchar algo, quizá una voz conocida o el repiqueteo de la barda del pegaso del paladín. Se decidió a avanzar hacia el sonido confiando en que quien fuera le escucharía pues iba dando alaridos a la voz de "¿Dónde estáis? ¿Hay alguien por aquí?". Mientras, el ladrón decidió que la mejor manera de no perderse en un lugar desconocido y donde no puedes orientarte es quedarte quieto, por lo que no se movió de donde estaba a la espera de que se levantara la niebla.
Al otro lado, fuera del banco de niebla, la clérigo había conseguido llegar al camino y viendo que sus compañeros no aparecían, sacó de la mochila una cuerda y, como pudo y supo, ató un extremo a un árbol y otro a su cintura... creyendo que sus torpes nudos no se iban a deshacer.
Al galope, dentro de la niebla, con los brazos en cruz y los ojos cerrados, el paladín confiaba en que su dios le guiaba hacia la salvación de sus compañeros mientras el mago iba avanzando en su misma dirección. La tragedia parecía inevitable y todo indicaba que el pobre canalizador de las artes arcanas acabaría pisoteado y descuartizado bajo los poderosos cascos del pegaso y todo el peso del corcel armado... Dos veces estuvo cerca de ocurrir lo peor, pero a la tercera, en el último momento, el paladín abrió los ojos pues algo le hizo desconfiar de la voz que escuchaba, y allí, con cara de cordero llevado al matadero, estaba el mago mirando sin llegar a verle por culpa de la niebla. Sacando reflejos de no se sabe donde, el paladín logró alargar el brazo y tirar del mago para subirlo a la grupa del pegaso donde el erudito arcano fue a parar de bruces y se agarró como pudo para no caer.
Inmóvil y dando algún grito para intentar localizar a sus compañeros, el ladrón no veía nada pero creyó escuchar algo más adelante. Decidió armarse de valor y se puso a caminar en una dirección aleatoria, la que creyó que le sacaría de la niebla. Y mientras él avanzaba, la clérigo iba internándose dentro del banco de niebla con la cuerda sujeta a la cintura y esperando notar de un momento al otro el tirón que indicaría que había llegado a la máxima longitud y por ende a un punto desde el que podría retroceder y salir, pero la cuerda no se tensaba... y casi chocó de bruces con el ladrón que iba en su misma dirección con la daga desenfundada en previsión de algún posible enemigo.


Afortunadament no hubo sangre pero sí decepción cuando la clérigo empezó a recoger cuerda y llegó hasta ella el extremo que debía estar atado al árbol, lo que provocó una leve carcajada en el ladrón.
El paladín, con el mago a la grupa del pegaso, salió de la niebla y dejó a su carga en el suelo pidiéndole que no se moviera de allí. Acto seguido, y avisando a gritos a sus compañeros, volvió a entrar dentro del muro blanquecino (al galope, claro) y estuvo cerca de embestir al ladrón y la clérigo que habían echado a andar hacia lo que les parecía la dirección correcta para salir. Se reunieron los tres y los dos viandantes siguieron los pasos del pegaso hacia la salida del banco de niebla que, poco a poco, se iba desvaneciendo y mostraba un paisaje que en nada se parecía al lugar del que venían.
Fue entonces, cuando habían conseguido reunirse y ver que estaban todos sanos y salvos, cuando un grupo de lobos enormes decidieron que querían hincarles el diente... pero eso es otra historia que ya contaré en otro momento.

-Xavier San Antonio

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